En casi todas las últimas películas que filmó encarna a mujeres derrumbadas y vencidas: lo que ella era por entonces. Verla desde lejos, en sus últimos días, paseándose por los jardines de una clínica sin nombre, perdidos el cuerpo, el fuego, la memoria, es una ceremonia de congoja. Rita vacía, abrazada a una muñeca de trapo, alisándose las arrugas de su vestido de enferma.
Mientras ella sucumbía, su mito cobraba vida. Manuel Puig, que la veneraba, se hacía llamar Rita y en las fiestas de su casa de Cuernavaca representaba la danza de Gilda para que se le pegara –como él decía– “algo del hechizo divino”. Cuando los periodistas lo enloquecieron después del éxito de El beso de la mujer araña, la película de Héctor Babenco, Puig les pidió a dos de sus amigos que los ahuyentaran fingiendo ser sus hijas. Les dijo que se presentaran como Yasmine y Rebecca, nombres reales de las hijas que Rita tuvo con Alí Khan y con Orson Welles.
El juego llegó tan lejos que en el obituario que The New York Times dedicó a Manuel se lee: “Lo sobreviven su madre, un hermano y dos hijas, Rebecca y Yasmine”. De esa manera, Rita partió con Puig al más allá, como él hubiera querido.
Rita Hayworth en el apocalipsis por Tomás Eloy Martinez
1 comentario:
que dulzura!
realmente hermoso leer esto.
Saludos
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