Ubiquénse en los dorados años 20. La tía de mi abuela,
Sarita, mantenía un romance con un hombre adinerado y por supuesto casado.
Sarita queda embarazada y el
Sr. Rico se niega a reconocer al bebé, abogados de por medio, el
Sr. Rico decide comprarle a
Sarita una gran casa de departamentos para que alquile a otras personas, viva de esa renta y lo deje tranquilo. Sin embargo,
Sarita intentó toda su vida que el padre tuviera una relación con su hija. Una y otra vez se consumía en los ruegos para que pasaran al menos una tarde juntos, pero era imposible, nada podía importarle menos al Sr. Rico. Pasaron los años y tanto
Sarita como su hija,
Chichita, se olvidaron (dentro de lo posible) de quien las había abandonado.
Una tarde madre e hija, ésta última con al menos 30 años, salen de la verdulería muy
orondas, cuando una procesión
fúnebre les impide cruzar la calle, esperan respetuosamente, hasta que el coche con el ataud las alcanza, observan en el
cajón el nombre nefando: "
Sr. Rico".
Muditas se tomaron de las manos. Frente a ellas, muerto, vamos, más que
débil, más que nada, el cuerpo
inherte de "lo" todo, del origen.
Mamita... hay coincidencias que te digo... me dejan los pelos de punta.
Y los viejos
proverbios chinos que te la matan:
Siéntante a la orilla del río a esperar, y verás pasar el cadáver de tu enemigo
1 comentario:
Y ...todos esperamos a unos cuantos...
La cosa es que no lo sabemos, hasta que vemos es desfile y quedamos helados.
:)
Buen blog.
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